La Leñería

Esta es la historia de una empresa, un hombre de familia y del cambio que se generó a su alrededor. 

escribe Nicolás Delgado Rey

El cuento

Hace varias décadas atrás, en Uruguay, abría sus puertas una leñera y cómo en cualquier lugar de venta de leña había montañas cuyo un único orden era el tipo de árbol del que provenían. 

En esa época un hombre, cuyo oficio implicaba usar las manos con destreza, empezó a ir, como cliente, a comprar. Hasta el momento nada distinto, pero ese hombre era una persona meticulosa, especialmente cuando se trata de proporcionar algo para su familia. Y eso, simplemente, fue lo que le hizo a hacer muchas cosas para mejorar y entender lo que llevaba a su casa. 

Ese hombre, primero, comenzó a cargar la leña el mismo. Subiendo y trepándose a las montañas de madera y astillas. Y es por eso, que al hacer y tener que elegir, tomándose el trabajo de mirar cada tronco o palo que agarraba, empezó a seleccionar la leña no solo en función de las necesidades sino también para tener opciones de futuro. 

De igual modo, empezó a descartar aquello que traía bichos, para que no entraran a su casa, y a preferir los leños secos y que no estuvieran verdes. 

Luego, empezó a pedir las cantidades y el tipo de leña en función de si era invierno o verano, si iba a prender la estufa o el parrillero, si esperaba que hubiera mucha gente en su hogar o si, sencillamente, había que tener más reservas para los imprevistos.

De esta forma, fue creando su propio sistema para garantizar que quien estuviera en la casa, sean amigos o familia, hijos, nietos o sus bisnietos, siempre tuvieran lo necesario y que no les faltara nada. 

Esas acciones que parecen tan triviales y lógicas no eran comunes. La gente, simplemente, paraba el auto y esperaba que un empleado del lugar les cargara la valija con cierta cantidad o hasta cierto monto de dinero. 

Los mismos empleados no se cuestionaban si había palos mejores, que otros, ni si tenía sentido que hubiera un orden en las montañas. Incluso no pensaban en cuidarse ellos mismos al realizar su trabajo, debido a que creían que solo “los débiles” o “ los miedosos” necesitaban algo.

Con el paso del tiempo, el dueño de la leñera, que observaba atentamente cada vez que iba a aquel hombre, empezó a notar y entender lo que hacía. 

Entonces, dejó de parecerle absurdo lo que veía. Es por eso que ese emprendedor empezó a implementar cambios en su organización y funcionamiento. 

El dueño comenzó a inspeccionar la leña que le llegaba al negocio, la clasificaba y separaba lo que estaba podrido o con bichos. 

Luego, empezó a exigir más a sus proveedores, no solo en calidad, sino que hasta dejó de comprar cierto tipo dado que entendida que dañaba más de lo que aportaba. 

Y así, poco a poco, se fue mejorando en todos los aspectos, no solo en los procesos y las formas de trabajo, para cuidar mejor a la leña, y así evitar que se pudriera o abichara, sino, en general, para que todos se beneficiaran de los cambios y que al mismo tiempo disminuyeran los riesgos y problemas. 

De esta forma el sistema del negocio empezó a transformarse en algo más eficiente, seguro y con mayor sostenibilidad para todos los involucrados. 

Con el paso del tiempo toda la logística y la infraestructura del lugar había cambiado, ya casi no había montañas, y la leña, luego de ser recibida, se empaquetaba, apilaba y se vendía a los clientes. Asegurándose así el cuidado de las personas, la calidad y la uniformidad del servicio. 

Ahora los empleados habían sido capacitados y trabajaban con equipos de protección personal, cómo guantes, fajas y gorros, y no solo entendían su función y utilidad, sino que también el compañerismo y la atención habían mejorado y las cosas fluían cómo debe ser. 

Con todo eso, y sin darse cuenta, el dueño empezó a cambiar su visión y la forma en que gestionaba su empresa, y su vida. Hasta que finalmente fue consiente que no era un tema de utilidad, ni nunca los fue, sino que él era un ejemplo para quienes lo rodeaban y que su negocio era su “casa”. 

Y por lo tanto, los que estuvieran en su “casa” tenían que estar bien y cuidados, es decir, que era cómo un “padre” para todos aquellos que eran parte, directa e indirectamente, de su empresa. 

El tiempo pasó, y el negocio próspero, maduró y creció. 

Mientras tanto, aquel hombre, que había generado la chispa, prendido la máquina del cambio, e incluso había recorrido el camino, desconocía todo eso. No prestaba atención a lo que sucedía y seguía manteniendo su rutina. 

Es decir, seguía trepando, cómo si fuera un "gato", en busca de seleccionar la leña y cargarla él mismo. Nunca pedía ayuda, y si los empleados de lugar, a quienes con el tiempo ya conocía,  lo ayudaban, igual supervisaba cuidadosamente lo que hacían y les llamaba la atención para que no se pusieran en riesgo. 

De esta forma, para ese hombre, todo era sencillamente hacer una tarea más de su casa.

Y así, aquel hombre joven, se fue convirtiendo en un veterano, cuyos hijos también fueron creciendo sanos y fuertes gracias a la dedicación y el cuidado que ponía en sus acciones, las cuales siempre iban acompañadas con las palabras necesarias, importantes o justas.

Un día, uno de sus hijos acompañó a su padre a buscar leña. En ese momento, el joven empezó a observar el entorno y el funcionamiento del negocio. Veía que todo estaba ordenado y funcionando eficientemente. No comprendía porque su padre en vez de hacer lo que hacía el resto de la gente, que era agarrar el atado de leña, decidía meterse, a su edad, en la montaña, con el riesgo de caerse o lastimarse. Incluso aun cuando seguía viviendo del trabajo de sus manos.

A los ojos de cualquiera, el padre parecía un tonto o un loco. A los ojos de los terceros se rompía la eficiencia del lugar. Sin embargo, lo que más desconcertó al joven fue ver cómo los empleados de la empresa dejaban hacer a su padre, y hasta lo ayudaban con cariño. El joven no comprendía qué pasaba ahí ni por qué pasaba eso, y su progenitor ni se lo cuestionaba. 

Algunas reflexiones

Es posible que, para aquel hijo, su padre estuviera haciendo las cosas mal o no tuvieran sentido. Y hasta, tal vez, podría llegar a apoyar a un tercero si lo criticaba. Esa es la “foto” que se ve, cuando solo ves el final de la “película”, cuando la gente no habla entre sí o cuando no se es consciente de lo que pasa al alrededor. ¿Qué problema, no? 

Qué difícil es todo. Cuando no se entiende que para llegar a hoy…alguien se tuvo que “meter entre la leña” y mostrar que las cosas se pueden hacer distinto si se tiene claro el por qué se actúa. 

Al mismo tiempo, son muy pocos los que teniendo “la leña servida” elegirían meterse en la montaña...cuando no es su trabajo, nadie los va a aplaudir ni reconocer por eso, muy probablemente todo lo contrario, y mucho menos alguien elegiría "meterse entre la leña" para complicarse la vida o la de su familia. Entonces, ¿Quién?

En tanto aquel hombre que haciendo su vida cambio tantas cosas y ayudó, sin saberlo, a tantas familias, es válido cuestionarle: ¿Por qué no cambia? ¿Será que no confía en el nuevo sistema? ¿será que es su forma de mantenerse activo y afilado? ¿será que no quiere cambiar? O simplemente, será que quiere mostrarle a su hijo que las cosas tienen un principio y al mismo tiempo dejarle más herramientas para el futuro. 

Por otro lado, es valido cuestionar: ¿A qué tiene derecho ese hombre que hizo lo que nadie hacia por buscar el bien de la familia? ¿Qué sería justo con ese hombre? ¿A qué tiene derecho su familia? ¿Debería ser consciente de lo que paso? ¿Debería ser reconocido? O simplemente alcanzaría con ser ser visto y considerado por su familia con la misma dimensión que lo ven los otros. 

En definitiva, ¿Cuánto podemos mejorar y cambiar ocupándonos de nuestra familia y de nosotros mismos? Eso no lo sé, pero se los dejo ustedes para que lo discutan y acuerden la mejor solución.



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