El profesor y la artista del clavel rojo
Esta es la historia de un hombre común y una artista superlativa. Quedan invitados a conocer parte de su historia.
Había una vez, en una ciudad pequeña, un hombre que disfrutaba de ser profesor y que vivía una vida muy tranquila. Contaba con las cosas importantes: salud, trabajo y un entorno familiar que lo acompañaba y cuidaba. A simple vista tenía “todo”, pero para ese joven algo faltaba y aunque no lo sabía…eso era el amor verdadero.
Por otro lado, había una mujer, de similar edad, que también le faltaba ese mismo “algo”, pero a diferencia del caso anterior, ella no era consiente debido a su ajetreado estilo de vida, que no le permitía entenderse y conocerse, y que además la llevaba de un lugar a otro.
Lo que ninguno de los dos sabía: era que el destino se iba a encargar de unirlos.
Empecemos por el camino del muchacho, que se encontraba desarrollando su veta artística a través de la escritura. Además de asistir a talleres, en sus tiempos de ocio, escribía lo que salía de la unión del corazón y la razón.
En ese contexto, hubo un día, de primavera, en el cuál él escribió un cuento sobre un jardín y una bella flor. El texto se publicó, al poco tiempo, al igual que había hecho con otros, pero éste le traería mayores sorpresas en su camino.
Una noche, tirada en una cama de hotel, la joven, aburrida, buscaba en sus redes sociales un poco de la emoción que no sentía y que se mezclaba con el cansancio de una larga jornada de trabajo. Un detalle no menor, era que ella utilizaba una cuenta ficticia para navegar, debido a que se trataba de una artista muy conocida.
De repente, una publicación llamó su atención. Era una historia, llamada “El peso de ser la reina del jardín”, el cuál sin duda cautivo su atención y decidió seguir leyendo.
El texto atrapó a la joven, se sintió identificada y hasta se emocionó al leerlo. Rápidamente, buscó en internet al desconocido autor, porque quería conocer más sobre él.
Primero, no encontró suficiente información que saciara su curiosidad y por otro lado no entendía porque había alguien con el mismo nombre, pero que era simplemente un profesor…¿Podía ser que ese escritor, que tanto la cautivo, fuera al mismo tiempo un profesor de ciencias?
Aun dudando, ella decidió agregar en su red social a aquel que suponía podía ser el misterioso cuentista que tanto deseaba conocer. Ahora solo quedaba esperar para develar la interrogante.
En tanto, el escritor, recibió una notificación en su celular. Era de una persona que él no conocía, cuya foto era una mujer poco agraciada, y en cuyo perfil decía “La libertad a veces toma formas no convencionales”.
Generalmente, nuestro protagonista, rechazaba las solicitudes de gente desconocida, pero esta vez realizó una excepción. La frase le hizo intuir que podía haber alguien interesante por conocer y decidió aceptar.
Pasaron unos días y la joven, luego de confirmar que el profesor era quien ella tanto buscaba, decidió escribirle para felicitarlo por su cuento y lo profundo de su reflexión.
Ante esta situación, nuestro aficionado escritor se vio sorprendido, nunca nadie, fuera de su entorno cercano, lo había felicitado por ese trabajo que realizaba con tanto cariño.
Obviamente, respondió en forma cortés y agradeciendo los halagos. La conversación siguió...con preguntas sobre cómo había llegado a su arte y continuo con temas generales, pero a medida que el chat fluía cada uno se iba mostrando más y más.
Uno a otro, se iban conociendo en forma muy natural y divertida. El tiempo paso y los jóvenes estaban cada día más cerca emocionalmente, aunque una de las partes no había sido totalmente franca sobre quien era.
Nunca se habían visto físicamente ni habían hecho una videollamada. Las semanas pasaban y las propuestas de juntarse siempre se cancelaban a último momento.
Hasta que finalmente, llegó el día del encuentro. Quedaron en juntarse en un bar tradicional de Montevideo para tomar un café.
El joven estaba deseoso de conocer a aquella misteriosa chica que no solo había eludido, en varias oportunidades juntarse, sino que además había visto una sola foto de ella en su perfil. La clave, para reconocerla, sería que llevaría un clavel rojo.
El caballero, vestido con colores azules y zapatos marrones, llegó temprano al sitio en el que solo estaba el personal que atendía, y al cual saludo amablemente.
Le extraño un poco, ver tan vacío el lugar, pero no prestó atención, ni siquiera cuando luego de que él ingresó, cerraron la puerta. Estaba muy nervioso por el encuentro, y aunque no lo supiera sucedía lo mismo con la dama que demoraba en llegar.
La mesa que eligió era una de las pocas que quedaban disponibles. El resto estaban con carteles de “reservado”. Se sentó en una mesa para dos, lejos de la barra para tener intimidad, con muy buena iluminación y que al fondo tenía unas plantas cuyo verde seguramente resaltaría a la persona que se sentara enfrente.
Pasaron los minutos y nadie entraba en el bar. El muchacho empezó a ponerse inquieto, no estaba acostumbrado a hacer estas cosas, era prácticamente una cita a ciegas para él.
Cuando de pronto, se escucha el abrir de la puerta principal, y una bella mujer, morocha, de pelo largo, entró sosteniendo, entre sus manos, un clavel rojo que suavemente tocaba su pecho. Sencilla y elegante, con un vestido de color ámbar, se fue acercando sutilmente a la mesa.
La respiración del joven se detuvo por un momento. En cuestión de segundos, primero sintió que no había visto una mujer tan preciosa en su vida, y luego percibió que le era una cara conocida, pero no sabía dónde la podía haber visto. Y finalmente, el desconcierto lo abordó.
La mujer, ya parada frente a la mesa, dijo en forma firme y delicada: “!Hola!, perdón por no decir toda la verdad sobre quien soy“.
Mientras se levantaba, ágilmente, el hombre dijo: ¿Qué?